Los dividendos pueden convertirse en una fuente de propiedad no reclamada porque, aunque la empresa emisora los paga regularmente, los accionistas no los cobran.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando alguien hereda acciones sin saberlo, cuando un inversor cambia de domicilio o de banco y no informa a la sociedad depositaria, o cuando las cuentas asociadas a las acciones quedan inactivas durante años. La probabilidad de que esto suceda aumenta cuando la tenencia accionaria tenía un valor inicial reducido —lo que llevó a subestimarla—, pero que con el paso del tiempo pudo apreciarse y transformarse en un activo de mayor importancia.